sábado, 18 de diciembre de 2010

Canción de cuna

Había ido La Catrina Trina de fiesta un sábado por la noche. Un grupo de amigos que gusta de la bebida y el canto folklórico de este país, la reciben ocasionalmente en sus reuniones para con la compañía de las guitarras, la camaradería y los tragos, revivir a los artistas muertos que le dieron identidad a la música mexicana.

Al finalizar aquel sábado el alboroto musical, el regreso a casa de la catrina no fue como la mayoría, esta vez no estaba sola, una afectuosa presencia encendió fuegos que normalmente no aparecen en dicha casa.

Omitiendo los obvios detalles, puedo decir que después de un largo rato, Trina y la cariñosa presencia a su lado estaban por dormir cuando ésta última, preguntó a la catrina que se hallaba en silencio y pérdida en algún punto de sus pensamientos:

-¿en qué piensas?

-no pienso- dijo la catrina

-¿entonces?

-escucho música

-¿cómo? – preguntó con mucha curiosidad su acompañante, pues ahí no sonaba nada

Y La Catrina Trina habló así:

Empieza como nada. Silencio. Pasan algunos minutos, tal vez diez, veinte, tal vez cincuenta o ciento cincuenta, los suficientes para que la cabeza, nocturna y en un cuerpo inerte sobre la cama, vacíe una a una aquellas tantas e innombrables cosas que en la mente habitan.

Por caprichosas fortunas de estos tiempos modernos, la luz de una vela lánguida hace del mundo, ese mundo de tres por cuatro, un sepulcro para el cuerpo inanimado en el que a ciencia cierta, se desconoce su figura y forma, pues la luminosidad brumosa de aquella vela, mantiene inmerso en un pozo de miel todo cuanto alcanza.

Para cuando el ocaso de los moradores mentales está por cumplirse, como una flecha furtiva lanzada a la multitud, cae sobre los oídos, el cantar altivo y desesperado de un gallo a varias cuadras de distancia. Los siguientes segundos un mutismo expectante aguarda confirmar lo acontecido. Sin la necesidad de esperar demasiado, otra flecha atraviesa súbitamente la habitación y los sentidos voltean a mirarse entre ellos, entre queriendo y no creer. La siguiente flecha disipa las dudas; un gallo canta para otro, el tercero interviene. Silencio. Silencio. El segundo gallo contesta y es clara la agitación que reina sobre el pecho tupido de sabe qué cosa. Se presentan los deseos, se quiere gritar, se quiere correr a la ventana y lanzar con ellos flechas sobre la multitud, una voz desde el pozo de miel grita encendida “aquí estoy, me escuchan, yo los escucho, aquí, aquí, óiganme, yo también canto”.

Después, una tenue brisa hace saber que no ha pasado nada, la voz nunca salió, los gallos siguen su ópera sonámbula y la multitud alrededor no puede más que disfrutar. Es así, como de manera casi imperceptible, un rasgueo crudo de guitarra y de desconocida procedencia entra por la ventana, gira varias veces a rededor de lo que ve y después, como una delicada mariposa llena de rabia se posa en la punta del pie desnudo, con el primer y mínimo contacto, el cuerpo hasta antes inerte se contorsiona sobre la cama.

A kilómetros y kilómetros el tren da aviso a toda la ciudad de su llegada, aunque sean pocos quienes lo esperan. Tras su inconfundible silbar siguen resonando cuerdas, varias cuerdas, decenas, cientos, suenan tantas con melodía nostálgica, retumbante también, pues la miel que llena el cuarto comienza a moverse hacia cualquier dirección, haciendo flotar al cuerpo de arriba abajo y todos los objetos flotan también, rebotan en las paredes suavemente, suavemente, como en el arrullo de una hamaca.



Más tarde, parece escucharse un llanto en el cielo que nunca dice el nombre, sólo llora y canta, pero sabes que te llama y por fuerzas muy ajenas a las tuyas allá vas, disparado al cielo, impulsado por ráfagas de trompetas, dejando una estela de piel y músculos, pues el llanto descarna y despoja, come las entrañas y cuando ya se han perdido los ojos, la lengua y cada uno de los órganos, la cima del cielo aparece, el llanto y su clímax cantando “para de hoy en adelante ya el amor no me interesa, cantaré por todo el mundo, mi dolor y mi tristeza” han dotado de una libertad inexplicable en las alturas, única. Así pues, los brazos se abren y el cuerpo cae de espaldas a cientos de kilómetros por hora hasta llegar de regreso a la cama. La vela se apaga y en el rostro dormido, detrás de la cortina oscura de la noche, se encuentra una sonrisa.

jueves, 21 de octubre de 2010

Día de luces

Enfadada, terriblemente enfadada la catrina estaba; lunes, principios de semana y si para Trina fue difícil abrir sus negros ojos y dejar atrás el fin de semana que tanto goza, parecería que para algunos profesores fue aun más duro; un pulpo ebrio, de sombrero ranchero los tomaba por las espaldas con sus cientos de tentáculos y los arrastraba hasta un lago tupido de licor,  ninfas y música distante. Ellos atrapados allá y Trina, ingenua Trina esperando su siguiente clase.
Mientras miraba a un lado y al otro, buscando alguna diminuta silueta acercándose pausadamente a la puerta, su pálido rostro fue cambiando de semblante hasta ser una sonrisa brillante y pícara, sin pensarlo dos veces, La Catrina Trina salió a paso firme sin voltear y ver el monumento al tedio que dejaba tras de sí. Que no se piense que Trina es íntima amiga de la ignorancia, vive para el saber y con el tiempo ya habrá manera de demostrarlo.
De la misma forma que todas las mañanas, el bullicio del comercio matutino sonaba como canción reinante en las calles siempre verdes de esta ciudad, el calcinante sol cayendo sobre los blancos dientes de la catrina, era tapado con un sombrero vueltiao que tanto le gusta usar en las horas de calor y que ella misma trajo desde las costas colombianas.
Decidió tomar la ruta número 22 enfrente de la Universidad de Colima, recordando un poema malo que decía “no hace falta salir de casa media hora para enamorarse”, quería poner a prueba el ayuno de su corazón que emanaba una tenue luz roja entre las costillas. Mientras esperaba el camión, parecía que la universidad liberaba luciérnagas que entraban una tras otra a los ojos huecos y profundos de Trina y de ahí paseaban por su cabeza, su torso y por donde cupieran, a ella no le quedaba más que suspirar a cada momento.
De pronto, una de tantas luciérnagas pasó frente a ella, y sin una razón que lo pueda explicar, la catrina comenzó a seguir dicha luminiscencia  verde cual insecto de pocos sesos.
Una irracional y poderosa intuición la hacían caminar tras la turbulencia de aquellas diminutas alas batiéndose tan rápido como el corazón rojo de Trina.  La ruta 22 ya no importaba, ni ninguna otra sino a la que subía aquel lascivo gusano de luz. Trina entró al camión y de apoco todo se volvía rojo, su corazón brillaba y desde afuera, parecía una gota inmensa de sangre andando entre la gente. Ansiosa pero al final solemne y serena se sentó en uno de los lugares a un costado del de la luciérnaga, y sin que lo pudieran evitar, las dos luces, verde y roja se fundían lánguidamente. En un camino mudo las palabras no hicieron falta, para Trina bastaba, como innegable admiradora de la belleza, con observar aquella silueta difuminada en el umbral de lo divino.
Al bajar del camión La Catrina Trina apenas pudo darse cuenta que frente a sí tenia un parque enorme en honor al libertador mexicano más conocido, Miguel Hidalgo. Se adentraron luciérnaga y Trina en una danza erótica, que la primera parecía conocer mas no mostraba del todo interés, convencida entonces, sabedora de que era el momento para abrir la boca y dejar que apaciblemente claveles lilas salieran a volar entre la luz de la luciérnaga, Trina a poca distancia estaba ya cuando de pronto un jaloneo en el brazo la hizo darse vuelta y quedar cara a cara con el cura Pedro Pantoja, coordinador del Congreso de Exorcistas y Auxiliares que eufórico le decía “La presencia del ‘maligno’ se encuentra en la sociedad, y son los homosexuales y narcotraficantes representantes de éste” y tras de él escuchaba delirante al gobernador de Jalisco, Emiliano González Márquez diciendo “Matrimonio sí es un hombre y una mujer, porque, ¿qué quieren? Uno es a la antigüita y el otro todavía, como dicen, no le he perdido el asquito a aquello.” “Las uniones de facto o legaloides de personas del mismo sexo son intrínsecamente inmorales… son aberrantes”, gritaba el cardenal Norberto Rivera. “Las bodas gay representan ir en contra de la naturaleza, son inmorales y por ese tipo de actitudes Dios quemó Sodoma y Gomorra”( http://vivirmexico.com/2010/10/declaraciones-homofobicas-en-mexico-un-recuento), esas palabras de Renán Barrera Concha y otras muchas de indefinible procedencia abatían estrepitosamente la cordura de La Catrina Trina hasta que fúrica ella pensó “hijos de su reputa madre” y al terminar creyó que tal vez no fue sólo un pensamiento, pues aquellos cerdos y sus gruñidos habían desaparecido. Y lastimosa mente para la catrina desaparecieron de la misma forma como lo hizo la luciérnaga, miró a un lado, a otro, a todos y la luz verde se había extinguido para Trina, confundida ella regreso a casa.


El gobierno federal declaró el 19 de octubre como Día Nacional contra la Discriminación, cuyo objetivo es promover la igualdad y la no discriminación como una condición indispensable para alcanzar la justicia social. http://radioformula.com.mx/

domingo, 17 de octubre de 2010

Un litro de leche y tres panes, veintiún pesos

A La Catrina Trina se le ha hecho difícil respirar, quizá por tantos cigarros que fuma entre las noches, ahí afuera del comedor, en el patio, cuando su casa duerme y sólo con ella se desvela la luz de la cocina, que la ilumina a medias, nomás para asegurarle en donde pisa. O quizá le cuesta respirar porque es una ridícula que quiere hacerse sufrir diciendo que duele sentir celos, duele sentir los incontables cuerpos de la soledad. Pero ella no está sola, es una necia a quien le gusta sentirse así, porque, ¿tú quien eres para venderla a la soledad? Aunque cueste trabajo admitirlo, todavía no eres nadie.
Es una ridícula al que le gusta decir como pretende tomar inspiración de ti, ayudándote a trascender, inventando el colosal recuerdo que no te has ganado.
Esta noche, en la que ya está harta de fumar, porque los cigarros y no tu ausencia han alzado una maldita sed que no calma el agua, ni la coca, ni un pinche tequila, se dispuso a escribir cómo te imagina.
Escribiendo, los tosidos de su hermano en la habitación contigua son una tibia señal reconfortante, mientras tú, durmiendo a brazos de tu madre, ni te da curiosidad del lugar que te reservó en la memoria; si el de las de ayer, las de mañana, o las de nunca.
A brazos de tu madre, con la boca abierta, ensalivándote la cara, pero no como Trina te ensalivó el cuello, el pecho, la espalda, los brazos,  las piernas, las nalgas; sueñas en tu casa, en tu corral, donde tienes conejos blancos, grises, negros, azules, violetas, y los tienes para con sus orejas hacer la cortina que tanto has querido, esa que piensas poner en tu cuarto, o en el de ustedes. Esperas que los conejos se resistan a ser amputados, para tu fortuna estos ni se asustan, ni corren, se arriman a tus guaraches a los que muerden poquito, para que les cortes las orejas y después seguir jugando en el lodo, fornicar de vez en cuando, tragándose las tortillas y la comida del miércoles, a la que ya le salieron hongos.
Y mientras tus ronquidos son el faro de las moscas, la catrina escribe sentada en el sillón, respirando a jadeos como todos los días, y si gustas pregunta por el que quieras, tarareando una eutanasia, pues es la única forma de donde sabe tomar valor, del dolor, de las mentiras. La Catrina Trina piensa en esa noche, en la canción:  no me hubieras dejado esa noche, porque esa misma noche encontré un amor, y así fue, exactamente así fue, después de haberle dicho esas únicas 9 palabras, siguió caminando y a los 27 pasos se topó con otra, ésta no habla, tampoco ve, y creo que tampoco escucha, pero si camina y desde que se vieron ella sigue a trina, trina le habla y no sabe si ella  entiende, Trina no comprende a ella con sus señas, sólo sabe que se llama luna.

martes, 5 de octubre de 2010

La Bestia



Todo comenzó como un murmullo común y distante, la lejanía difuminaba lo que Trina imaginó eran aplausos y coros de canciones, pero el sonido no distaba mucho al de una colonia gigantesca de aves, todas piando y todas en permanente cortejo. Conforme fue acercándose descubrió que el murmullo  no cambiaba, mas las aves ya no eran aves, ahora sonaban a mamíferos de poco cabello.
Mientras caminaba por las calles cercanas, recordó que cuando estuvo ahí por primera vez, pensó: < ¿cuándo habrá tantos cuerpos tibios buscándose unos a otros, como para no ser notada en ese lugar? > Ese día era la respuesta a la pregunta hecha unos siglos antes.
De a poco, la noche dejó ir surgiendo luces que parecían desafiar a la naturaleza, una fuente luminosa en la tierra emanaba ases de luz a un cielo pintado de nubes.
No se puede negar que cuando estuvo realmente cerca, la catrina sintió nervios por dos razones; la primera es probable que la esté yo confundiendo con ansiedad; la expectación en Trina, sobre lo que encontraría al llegar crecía y crecía, pues los sonidos se movían en tan diversas formas que fue inevitable notar el misticismo que en ellos se hallaba. La otra razón de su nerviosismo, más adelante será.

Seguramente el hecho de que llegó sola, la dotó de esa presencia fantasmal que la libró de las miradas de los asistentes, así que ella pudo seguir andando imperceptible con bebida en mano para continuar el achispamiento que ya traía ¿y cómo iba alguien a notarla? Si frente a ella se hallaba semejante Bestia, un monstruo que bien podía tener diez mil piernas o bien ninguna. Una masa multicorporea e indefinible, cuyo único fin era materializar la música del grupo que tuviese en el escenario.

Temerosa, como seguramente lo estuvo el primer hombre en sumergirse en el océano, decidió entrar en aquella Bestia, dándose paso por sus fauces, tropezando a cada centímetro, respirando de sus pulmones, escuchando de sus oídos y viendo a través de sus ojos hasta que se detuvo y cayó en la cuenta de que no era más La Catrina Trina, ella era la Bestia, fue sus dientes, sus ombligos, sus talones, sus estrías y cuanto quiso.
La comió la Bestia y sintió la fuerza que sólo la unidad  puede dar, la unidad de las voces y espíritus de los hombres.

Cuando estaba todo por terminar, cuando Botellita de Jerez había calmado el hambre de aquella Bestia insaciable y que si se le quiere llamar de alguna forma se me ocurre Colima, ávida de diversidad cultural y eventos de profesionalismo como el que se vivió el domingo pasado, se daba fin a una noche poco usual en la vida cotidiana del estado.
Vomitada por la Bestia, trina a su costado creyó por un momento que la rítmica vibración de su cuerpo era ocasionada por los latidos del gigante, para su sorpresa, era su propio corazón quién la tenía convulsionando, y queriendo y no, tras de sí fue apareciendo la imagen que toda catrina desguarnecida busca al despertar. Giró la cabeza y tratando de no hundirse en el inmenso fondo de los ojos frente a los suyos, saludó con una leve sonrisa, al recibir una idéntica respuesta, La Catrina Trina supo que la mejor música del Festival Colima 2010 la estaba escuchando solo ella, dentro, muy dentro de sí. 

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Era de noche y La Catrina Trina no había tenido un buen día. Había caminado por horas buscando, por las ventanas de las casas, en los colores luminosos de las ropas, en los pantalones ajustados, en los cabellos ondeando sobre el rostro, en las voces melosas buscaba, no sabía qué, no sabía a dónde. Un olor sutil le decía que siguiera, que caminara, sin referencia y casi inanimada. Llegó a pensar que el olor provenía de algo atorado en su nariz, con uno de sus dedos intentó encontrar dicha cosa que nunca apareció. Es así como no le quedó más remedio que caminar y seguir buscando hasta que terminó aquí, sentada sobre las escaleras de entrada de un “Kiosko”, en cuál, ella no sabía, “existen tantos y tan iguales que no se sabe en cuál estas” decía Trina siempre confundida. Exhausta dejaba que los minutos, como pequeñas olas de mar que apenas rozan los pies, pasaran sin mayor importancia; “una sólo parece ninguno, pero con tanta exactitud y tenacidad, que cuando menos te das cuenta ya se han llevado todo” había escuchado de un amigo hace mucho tiempo en una singular analogía entre los minutos y las olas de mar.
Y cuando las cosas parecen más aburridas e imperturbables, una poderosa camioneta con cierta velocidad se paró en seco sobre uno de los cajones para personas con capacidades diferentes, La Catrina Trina sintió curiosidad por lo que estaba a punto de bajar de la camioneta. Piernas de una piel lisa con proporción casi divina, no podían ser las piernas de un paralítico, pensó la catrina, tras las piernas pareció bajarse el resto de una flor, una flor que caminó hasta dentro del establecimiento y sus hermosos pétalos iban desgajándose y cayendo dentro de las cuencas oculares de la catrina, inundando sus fosas nasales con el olor de una cascada colmada de sirenas de cabello oscuro. Inmersa en el fondo de dicha cascada, Trina no volvió en sí hasta ver que aquella flor de pétalos bondadosos, subía de nuevo a la camioneta manejada por un tipo matón que escuchaba a Jenny Rivera. Fue entonces cuando Catrina recordó estar buscando algo, pero esta vez lo hizo con alivio, pues lentas y pesadas, llegaba a su mente palabras en las cual descansar:

Mi amor joven todo lo puede, mi amor grande es como el cielo; oscuro y claro, inmenso y noble porque de bajo de él todo crece, florece y pudre. Mi amor marino a todos lados va, conoce mil mares y regresa. No hace falta que salga de casa media hora para enamorarse, no hace falta que pasen 10 minutos después del sexo y que regrese, vació y decepcionado, intruso, ajeno a mí, esclavo de un sólo pasado y de un muerto presente.
Mi amor en vano, que incomoda, mi amor punzante que no quiere sentirse, mi amor el que tomo entre los puños y con todas mis fuerzas cierro los ojos y me tiene en la cima de la torre Eiffel, listo para que lo suelte y deje caerse a un Paris en guerra, ardiente; en el que amanece y no hay perfume de besos, no hay perfume de sexo, no hay perfume, no hay perfume.
Mi amor al que atado de pies y manos por kilómetros y kilómetros de meses, no le queda más que su ridícula voz, repugnante y necia ya con la que silba con aire entre cortado una canción de noche, entre calles arboladas y hojas que caen y juegan a jugar en tu cabello, y juegan a vivir de recuerdos; dentro de un carro de vidrios empañados y en nuestros cuerpos nuestras manos.
Mi amor, mi amor, mi amor…

                                                                    Néstor Fernando Cruz Rincón

domingo, 26 de septiembre de 2010

Dulce despertar


“me voy a trabajar, nos vemos después” decía la voz de su madre detrás de la puerta antes de que La Catrina Trina asintiera con un gemido sonámbulesco, sin abrir los ojos y estando aun con las sábanas hasta la cabeza. No le preocupó la hora que pudiera ser y decidió no levantarse todavía, intentó poco a poco volver a sumergirse en el sueño quieto y pesado que le acompañaba durante toda la noche (o día) que había estado durmiendo.
Tiempo después, lo suficiente como para que una mente fatigada vuelva a esa tierra de descanso, otro ruido mucho menos afable comenzó a molestarle de nuevo, el ventilador del cuarto chillaba y chillaba pareciendo estar empeñado en terminar con su paciencia. Trina creyó que las ganas de molestar del aparato serían menos que sus ganas de dormir y pronto terminaría ese fastidioso sonido, para su sorpresa no sucedió así, a cada momento el ventilador parecía girar más rápido y sus chillidos tomaban más agudeza y volumen, en un acto de orgullo, la catrina se dijo a sí misma que un ventilador a medio funcionar no iba a vencerle, así que colocándose boca abajo usó la almohada para presionar sus oídos con la mayor fuerza posible.  Su sueño se iba por la ventana, por debajo de la puerta y por donde quiera que pudiese, y el juego no parecía terminar nunca. 
Como signo de desesperación más que otra cosa, Trina tensaba los dientes, la almohada en sus oídos, sus escuetos brazos, cada uno de sus músculos utilizaba su fuerza para desde la cama, hacer estallar ese ventilador del cual notó las mismas intenciones para con ella, conforme la catrina tensaba más el cuerpo, los chillido y giros del ventilador se hacían con más fuerza, es así como entraron en una batalla a muerte en la que perdería el primero en estallar. Habrá que decir que en algún momento Trina pensó en desistir, su cuerpo comenzaba a flaquear y con el último de los respiros su oponente en medio de un trueno dejó escuchar su rendición. Sorprendida de lo que había logrado, por primera vez en el día Trina salió de la cama disparada con el corazón golpeando y abollando su caja torácica, intentó mirar alrededor pero no entendía lo que pasaba, una oscuridad interminable no le dejaba ni siquiera mirar sus descarnadas manos, claro que ahí las tenia, las podía tocar, pero no veía nada, a tientas y tropezando con una infinidad de cosas que ahora ya no sabía lo que eran, salió del cuarto, se arrastraba, caía, se levantaba buscando una luz que le dijera a dónde ir, mas lo que llegaba a sus ojos no eran imágenes del entorno, sino otras: fueron apareciendo de a poco su páncreas fatigado y enfermo, el exceso de glucosita en el torrente, jeringas atiborradas de insulina y se dio cuenta de todo; en este país la diabetes es la mayor causa de ceguera y al parecer La Catrina Trina comenzaba a formar parte de esa estadística. Se quedó tirada, inerte a un lado de la puerta de entrada, pasaron horas y la euforia fue difuminándose, fue aceptando el hecho y la tranquilidad se hizo de ella hasta que volvió a dormir sin darse cuenta.
“me voy a trabajar, nos vemos después”, creyó haber escuchado eso antes, súbitamente se levantó, busco desesperadamente con la vista y el ventilador aún estaba ahí. 

miércoles, 22 de septiembre de 2010

El paseo de Trina


La catrina Trina, recientemente mudada a la ciudad de las palmeras, se hallaba fastidiada por no moverse gran cosa, pues parecía que su trabajo ya lo estaban haciendo unos cuantos irreflexivos mortales, que gustan de salir a las calles y a punta de pistola, adelantársele a la Catrina en el aventurado oficio de la muerte. Fastidiada entonces, fue a buscar sus ropas más preciadas porque estaba decidida a dar un paseo por la ciudad. Vestía un saco corto y desabotonado de color oscuro sobrepuesto a una camisa que en algún tiempo fue blanca, sus parcas piernas las cubría una falda larga y ancha igualmente oscura que el saco y que no dejaba ver sus pies, para coronar tan peculiar atuendo en estos tiempos, en su cabeza llevaba un sombrero “vueltiao” que ella misma trajo desde las costas colombianas.
Caminando con sonoros pasos, sobre la acera de calles arboladas y tibiadas por un sol naranja de una tarde en su agonía, La Catrina Trina observaba desde sus ojos huecos el concierto de caos que se hace escuchar todos los días entre 19:00 y 21:00 a los habitantes de este lugar. Un poco molesta por no hallar la tranquilidad que deseaba en su paseo, trató de ya no prestar atención a las interminables luces y sonidos de los autos azules, negros, blancos, rojos, amarillos, rosas y rosas con amarillo que desfilaban sin parar en cada calle por la que la catrina transitaba, aunque antes de desviar su mente a otros asuntos, quiso pensar por última vez qué tan curiosas son las cosas que lleva la gente en sus autos.

Una noche dulce y cálida, no podía desaprovecharse para andar por ahí y ponerse al corriente sobre el acontecer de esta ciudad, pensó la catrina. En su trayecto, que no fue corto; salió a la altura del tecnológico de Colima y sobre la avenida con ese mismo nombre, caminó hacía el oriente hasta llegar a la calle  I. Sandoval y ahí bajó para el centro de Colima. Debemos decir que el hacerse de un compañero, lo cual era su intención, para ella no fue fácil, con la inseguridad como ley mandante de estas tierras ya no es razonable confiar en alguien desconocido. Los detalles de esa travesía no son dignos de omitirse, pero en esta ocasión así lo haremos, pues el hablarlos haría de este relato un texto más extenso y tedioso de lo que ya es, y nos centraremos en lo que en realidad es el objeto de esta narración.
Poco antes de llegar al centro de esta ciudad, en la calle Aldama, la catrina se topó con uno de los pocos seres que le tendieron un gesto amistoso al verla, un perro blanco french poodle llamado “oruch” la hacía tropezar cuando caminaba pues este embestía sus pasos intentando llamar su atención, a Trina eso no le molestó y le hizo señas a su nuevo amigo para que la siguiera.

En un andar sin conversación La Catrina Trina y Oruch siguieron el camino que los llevó hasta el andador constitución y el jardín Libertad, ahí, Oruch se entretuvo oliendo a un señor sin piernas postrado sobre la acera, y la catrina, sin pretenderlo, recordó que hace mucho pero mucho tiempo ya había estado aquí, en algún trabajo ocasional encargado por uno de sus jefes. La mente se le fue poblando de recuerdos y en poco tiempo ya eran tantos que parecía que estuvo aquí más tiempo del que ella creyó. Su mirada hueca se clavó en el jardín, vio las hojas tiradas de los árboles sobre los corredores y de pronto se abrió un espacio entre la percepción de sus ojos y lo que realmente estaba delante de ellos; los días transcurridos durante el tiempo en que ella no estuvo aquí comenzaron a girar sobre su cabeza, cada una de las hojas caídas en el tiempo de ausencia aparecieron en el aire, cayendo otra vez, haciendo valer en sonido no sólo su peso, sino el de todo el árbol. Totalmente turbada, Trina intentó buscar un apoyo en el cual recargarse y no caer al suelo, pues veía solo a través  del pasado, su vista había caído en un anacronismo del cual no se sabía su final. Con los brazos por delante para tantear donde iba, buscaba como dije, un apoyo, sin conocer su camino ella seguía, los ladridos de Oruch intentaron prevenirla de su futuro que ya era inminente.
Después de un crujido crudo y seco, la catrina sin ver nada, sintió un poco más viento del que hacía, fue entonces cuando se dio cuenta que había sido lanzada al aire por algo desconocido, después, el impacto con el suelo la hizo perder la conciencia.
Para cuando volvió en sí, Oruch estaba con ella gruñendo a la multitud que los rodeaba y que curiosa quería conocer el estado de la catrina, tambaleándose y sin conocer lo sucedido se levantó como pudo y regresó a su casa con la ayuda del perro.
Cuando salían de entre la multitud la catrina escuchó como la gente decía cómo un auto había sido el responsable del accidente. Durante el camino Trina reflexiono sobre el medio de transporte favorito de los colimenses y para cuando estaba en su cama antes de dormir, deseó con todas sus fuerzas que los automóviles desaparecieran.

Al día siguiente La Catrina Trina, lo primero que hizo al despertar fue asomarse por su balcón, miró a la izquierda, miró a la derecha y las calles estaban desiertas. Trina sintió un gran alivio, sus ojos huecos apuntaron un momento hacía el cielo, suspiró y volvió a seguir descansando.
Lo que Trina no sabía es que esa mañana fue 22 de septiembre “Día Mundial sin autos”, para el siguiente día Colima volvería a ser la misma ciudad de las palmeras, aceras arboladas, tibiadas por un sol naranja en agonía y calles diminutas colmadas de carros, de dirigentes ampliando calles y avenidas para darle más espacio a la holgazanería e inconsciencia ecológica de sus habitantes.