jueves, 6 de diciembre de 2012

El último relincho del Potro



Y aquel amanecer ardiente e implacable, implacable como le fue toda la vida, al pie de una palmera Miguel Ángel Posadas iba a morir. Morir no era lo importante, si no el cómo; las cientos de historias que escuchó a palabras de su abuelo sobre bandoleros y rebeldes insurgentes, le habían dado una clara visión de su muerte, ésta habría de ser honrosa, digna de convertirse en corrido popular y ser entonada en cada una de las enramadas de la playa Cuyutlán, en Armería, Colima. Entre el vulgo, Miguel Ángel Posadas era lo que se conoce como un artista, y aunque su nombre y su apellido nos engañen remitiéndonos a las artes plásticas, él se dedicaba a la música, era músico y poeta, poeta de verso lírico.
Se ganaba los días a orillas del mar, a la pata raiz y con los dedos hundidos en la negra arena, evocando el dolor y las pasiones más hondas del bohemio, a través de las canciones de José Alfredo Jiménez, Agustín Lara, Antonio Aguilar y demás íconos del folklor mexicano.
Así se conocieron, La Catrina Trina despilfarraba un dinero ganado en la rifa anual de su colonia,  y después de zamparse una orden de deliciosos camarones al mojo de ajo, le solicitó a Don Tiburón, dueño de la enramada, le arrimase por favor hielo, vaso, tequila y agua de Jamaica, pues a ella nunca le ha gustado tomarse los jaiboles con refresco, como lo hacen hoy en día.

Al cabo de un rato, La Catrina ya se hallaba lo suficientemente cuete como para echar al vuelo el canto, así que no dudo en llamarlos cuando pasaron los “5 Potros”; grupo al que pertenecía Miguel Ángel y que en realidad era un cuarteto, pues Don Urbano el trompetista falleció trágicamente años atrás.
“Se lo tragó el mar; unos gringos nos llevaron mar adentro en un yate, que porque estaban organizando una “musical orgy” y querían que amenizáramos, yo no sabía lo que era su chingadera esa, hasta que vi que se encueraban y paseaban como sin nada por todos lados, total que mi compadre Urbano andaba de pitoloco baile y baile con una gûerota, cuando de golpe, encallamos sabe dios con qué fregadera y los dos cayeron para ya no salir. No sabemos si algo se los tragó, si desaparecieron por arte de magia, o si ya se sentían tan enculados que se quisieron pelar juntos, nunca se encontraron los cuerpos. Pobrecita de mi comadre, se quedó bien triste con un muchachito en brazos, y el cabrón de urbano poniéndole los cuernos, no tiene madre, para mí que fue el diablo quien se los llevó por lujuriosos”. Contó Miguel Ángel a La Catrina a cerca de la muerte de su compadre.

La tarde estaba por morir y el sol en su agonía, dibujaba un pasillo de luz sobre el agua tremulosa del pacífico. Trina se sintió tentada en más de una ocasión en andar por aquella alfombra lumínica, abrazarse del sol y sumergirse con él, extinguiendo la lumbre que llevaba en las entrañas; sí, La Catrina sufría de amor. Los 5 Potros, que en realidad eran 4, decidieron terminar su jornada laboral al ser la enramada de Don tiburón, alcanzada por el ocaso, disponiéndose a comenzar una noche de parranda con su nueva amiga. Pronto, el dueño se acercó con exquisitas viandas que en nada envidiaban a las del más ostentoso de los reinos marinos, lo invitaron a acompañarlos, esperando también, que las viandas corrieran por cuenta de la casa. Fue inevitable entonces la llegada de pláticas escandalosas y a carcajadas, el flujo riguroso de las botellas, el sonar del tololoche, uno que otro lloriqueo, además de otras cosas innombrables que suceden en borracheras tupidas de testosterona.

Ya entrada la media noche Don Tiburón se arrumbó en el suelo húmedo y frio de la cocina, sus ronquidos hacían notar que a él nada de eso le importaba y dormía como en la tumba, en la mesa, los únicos animados, Miguel Ángel Posadas y La Catrina Trina, jugaban póquer mientras los otros 3, aburridos de perder y acosados por el sueño se disponían a marcharse.
-uuy pero que ceviches, van a pensar que los de Cuyutlán somos bien rajones- los despidió gritando Miguel Ángel- no les vaya a pegar su señora, ¡Mandilones!
- y tú, ¿también te vas a ir?
-nada de eso mi Catrina, ahorita te voy a llevar a un lugar que está de lujo, y de paso, te presento a mi novia- y con otro grito para despedirse- ahí le dejamos el changarro Don tiburón, estese abuzado no me lo vayan a madrugar. Ahorita la vas a conocer Trina, está hermosa y nos queremos tanto.

Al salir al pequeño malecón ya desolado a esas horas de la noche, Miguel Ángel se dirigió a una jardinera y de entre las ramas sacó unas botas blancas, calzándoselas en los pies enterregados sin mediar calcetín. Cabe decir que éstas hacían perfecto juego con su cinturón, así como el pantalón de color negro y la tejana que con orgullo portaba en la cabeza. Se apearon por las calles empolvadas, La Catrina seguía sólo unos pasos atrás a su compañero descamisado, que andaba mientras hablaba emocionado sobre la vida de un artista, articulando con las manos cuanto concepto le venía a la mente. La luna se dejaba caer impúdica hacia él y la piel le brillaba como la arena negra de la playa, a Trina le pareció algo hermoso. Con botella en mano caminaron unas cuadras más, y al alcance de la vista quedó un tugurio mal iluminado de nombre “La Sirena alegre”; el rótulo de una sirena recostada con enormes senos era la mejor recepción después de dicho nombre.
Por dentro, el lugar figuraba ser una caja enorme donde se guardaba aire denso y poco diáfano, turbio a causa del humo de los puros, humedecido por el sudor y los fluidos de cuerpos lascivos, rosándose, deseando. Se sentaron en una mesa del centro, siendo entre semana poca era la concurrencia, así las muchachas que salían a bailar en el raquítico escenario les quedaban de frente, la banda quedó a su izquierda, arrejolada en la esquina.

-Cerveza, cerveza para los dos hija- pidió Miguel Ángel antes de que la mesera que se acercaba dijera algo- al ratito va a salir mi nenorra, es una chulada vas a ver- y soltó una carcajada- mira nomás quien viene ahí
-aay mi Potro, nos tenias muy abandonados- dijo una suripanta de las que frecuentan el lugar en busca de clientes ebrios y dóciles
-uno tiene sus asuntos chiquita, ya sabes cómo soy
-nada ps qué, lo que pasa es que nos quieres dejar por aquella que ni caso te hace
-pos la verdad sí, yo a Martha la quiero un chingo
-ay cálmate, mira, te voy a dar algo para que te olvides un ratito de eso- decía la suripanta a la par que se daba media vuelta dándole la espalda a Miguel y sentándose sobre él, generando que la Catrina pelara los ojos de asombro, pues le resultó hasta grotesca la escena del muy robusto cuerpo de la mujer, que se contoneaba rápidamente de un lado para otro, de arriba abajo, de adelante para atrás, el parco cuerpo del hombre parecía perderse entre aquel océano desbordado de carne y lujuria.
-jajaja ¿ya viste Trina? No por nada a ésta le dicen la Terremoto- y como si eso hubiese animado a la mujer, volvió a dar media vuelta quedando ahora de frente, haciendo los mismos contoneos, pero ahora, él fue sumergido en su totalidad, pues la terremoto inclinó su pecho atrapando entre sus senos el bien tupido bigote del hombre.   

Después de una alegata sobre si a Miguel le había gustado o no la llamada machaca de la Terremoto, él se negó rotundamente y a ella no le quedo de otra si no dejarlos.
No tardó en aparecer Martha, Manceba joven, ojos grandotes y cabello largo que le caía sobre los hombros desnudos.
-a poco no te dije que está bien chula
-sí, n como negarlo- asintió Trina
-mira nomás esas piernotas que se carga, ay dios mío, te quiero mi potranquita- le gritaba Miguel a su potranca, pero la equina no prestaba atención a las lisonjas de su potro, su baile parecía dirigido a lo que asemejaba más bien a un toro, señor imponente de la mesa de al lado, con una enorme barriga y brazos anchos, de piedra, curtido por casí 60 años (casi los mismos años que Miguel)  de trabajo en el campo. Martha sonreía, daba una vuelta, guiñaba el ojo, todo al toro ése.
-pues qué le pasa a esta ingrata, qué no ve que yo estoy aquí- refunfuñaba el Potro
La rutina terminó y para colmo de Miguel Ángel, Martha fue a la mesa de al lado y no a saludarlo a él, pero no conforme con eso, sentó sus caderas en el regazo de su acompañante.
-y luego ésta qué cree, ¿que estoy pintado?
-¿pues no es éste su trabajo?- preguntó La Catrina
-Ni madres, yo estoy aquí y no tiene porque ir con ningún otro marrano, para eso la voy a mantener y le voy a poner su casa- Miguel comenzaban a encolerizarse y en la oscuridad de su piel se notaba tenuemente enrojecido
-habrías de tomarte un tequilita para tranquilizarte, hasta colorado te pusiste- dijo Trina con sabiduría
-ya estuvo maistro, pérame tantito- dijo el Potro levantándose de un reparo de su silla, se puso al lado de la pareja y espetó- quién es usted para traer a mi mujer en las piernas
-Fidel Padilla, ¿tiene usted algún problema?
-cómo no lo voy a tener, si Martha va a convertirse en mi esposa y no puedo permitir que le ponga sus puercotas manos encima
-ya estoy hasta la madre- relinchó la Potranca- no veo cuándo vas a dejar de hacer estos teatros y entender que yo no te quiero, ¡estás loco!
-loco voy a estar si me niegas, siempre te he querido y por ésta- haciendo la señal de la cruz- que nos vamos a casar mi chula, para eso ya te ando haciendo tu casa
-¡me asustas, déjame en paz!
-ya oyó usted a la muchacha, a la chingada- mugió el Toro
-cuál chingada ni que nada, tú te vienes conmigo- dijo Miguel jaloneando del brazo a Martha que desesperada pedía ayuda. Entre los empellones el Toro se levantó y quién sabe de dónde sacó un machete.
-ya te cargó la chingada cabrón- y Miguel recibió dos machetazos, uno en medio del cuello y el hombro, el otro al costado izquierdo del torso- a ver si así sigues de enfadoso, ¡perro!- se escucharon gritos, la banda dejó de sonar, muchos salieron corriendo y otros simplemente se arrinconaron un poco más sin prestar demasiada atención.
-esto no se va a quedar así cabrón, tú me las vas a pagar pinche viejo puerco- gritó Miguel Ángel mientras Martha lo miraba terriblemente asustada, con lagrimas en los ojos, pues aunque no conociese a ese hombre, sólo a través de los numerosos acosos que éste le propinaba, la violencia súbita y descarnizada siempre es lastimera para algunos. Como en este caso también lo era para Trina, que con los huesos temblando levantó del suelo a su compañero de juerga y lo sacó de “la Sirena alegre”

Caminaron despavoridos por las mismas calles empolvadas, bajo la misma luna cayendo sobre la piel hermosa y mancillada del Potro, dejando un caudaloso arroyo de sangre desde el tugurio hasta la playa.
Y aquel amanecer ardiente e implacable, implacable como le fue toda la vida, al pie de una palmera Miguel Ángel Posadas iba a morir.
-sabes pinche Trina, siempre he pensado que la muerte es la incertidumbre más certera que guarda un hombre; desde el momento en el que naces, sabes que algún día la última de las parcas va a venir por uno, pero lo que no sabes es cuándo, ni cómo. Yo siempre imaginando cómo sería y ve nomás, voy acabar macheteado por un pinche puerco que se quiere quedar con mi vieja, bonita chingadera, pero bueno, a ti que te va importar esto, si tú eres tú. Ni modo mi Catrina, ya no hay más relinchos para este potro ¡ua ua ua!.
Terminó Miguel Ángel Posadas recargándose en la palma, cubriendo su rostro con la tejana que orgulloso llevaba en la cabeza, la sangre iba dejando de emanar y pronto sus brazos se dejaron caer inanimados.