miércoles, 22 de septiembre de 2010

El paseo de Trina


La catrina Trina, recientemente mudada a la ciudad de las palmeras, se hallaba fastidiada por no moverse gran cosa, pues parecía que su trabajo ya lo estaban haciendo unos cuantos irreflexivos mortales, que gustan de salir a las calles y a punta de pistola, adelantársele a la Catrina en el aventurado oficio de la muerte. Fastidiada entonces, fue a buscar sus ropas más preciadas porque estaba decidida a dar un paseo por la ciudad. Vestía un saco corto y desabotonado de color oscuro sobrepuesto a una camisa que en algún tiempo fue blanca, sus parcas piernas las cubría una falda larga y ancha igualmente oscura que el saco y que no dejaba ver sus pies, para coronar tan peculiar atuendo en estos tiempos, en su cabeza llevaba un sombrero “vueltiao” que ella misma trajo desde las costas colombianas.
Caminando con sonoros pasos, sobre la acera de calles arboladas y tibiadas por un sol naranja de una tarde en su agonía, La Catrina Trina observaba desde sus ojos huecos el concierto de caos que se hace escuchar todos los días entre 19:00 y 21:00 a los habitantes de este lugar. Un poco molesta por no hallar la tranquilidad que deseaba en su paseo, trató de ya no prestar atención a las interminables luces y sonidos de los autos azules, negros, blancos, rojos, amarillos, rosas y rosas con amarillo que desfilaban sin parar en cada calle por la que la catrina transitaba, aunque antes de desviar su mente a otros asuntos, quiso pensar por última vez qué tan curiosas son las cosas que lleva la gente en sus autos.

Una noche dulce y cálida, no podía desaprovecharse para andar por ahí y ponerse al corriente sobre el acontecer de esta ciudad, pensó la catrina. En su trayecto, que no fue corto; salió a la altura del tecnológico de Colima y sobre la avenida con ese mismo nombre, caminó hacía el oriente hasta llegar a la calle  I. Sandoval y ahí bajó para el centro de Colima. Debemos decir que el hacerse de un compañero, lo cual era su intención, para ella no fue fácil, con la inseguridad como ley mandante de estas tierras ya no es razonable confiar en alguien desconocido. Los detalles de esa travesía no son dignos de omitirse, pero en esta ocasión así lo haremos, pues el hablarlos haría de este relato un texto más extenso y tedioso de lo que ya es, y nos centraremos en lo que en realidad es el objeto de esta narración.
Poco antes de llegar al centro de esta ciudad, en la calle Aldama, la catrina se topó con uno de los pocos seres que le tendieron un gesto amistoso al verla, un perro blanco french poodle llamado “oruch” la hacía tropezar cuando caminaba pues este embestía sus pasos intentando llamar su atención, a Trina eso no le molestó y le hizo señas a su nuevo amigo para que la siguiera.

En un andar sin conversación La Catrina Trina y Oruch siguieron el camino que los llevó hasta el andador constitución y el jardín Libertad, ahí, Oruch se entretuvo oliendo a un señor sin piernas postrado sobre la acera, y la catrina, sin pretenderlo, recordó que hace mucho pero mucho tiempo ya había estado aquí, en algún trabajo ocasional encargado por uno de sus jefes. La mente se le fue poblando de recuerdos y en poco tiempo ya eran tantos que parecía que estuvo aquí más tiempo del que ella creyó. Su mirada hueca se clavó en el jardín, vio las hojas tiradas de los árboles sobre los corredores y de pronto se abrió un espacio entre la percepción de sus ojos y lo que realmente estaba delante de ellos; los días transcurridos durante el tiempo en que ella no estuvo aquí comenzaron a girar sobre su cabeza, cada una de las hojas caídas en el tiempo de ausencia aparecieron en el aire, cayendo otra vez, haciendo valer en sonido no sólo su peso, sino el de todo el árbol. Totalmente turbada, Trina intentó buscar un apoyo en el cual recargarse y no caer al suelo, pues veía solo a través  del pasado, su vista había caído en un anacronismo del cual no se sabía su final. Con los brazos por delante para tantear donde iba, buscaba como dije, un apoyo, sin conocer su camino ella seguía, los ladridos de Oruch intentaron prevenirla de su futuro que ya era inminente.
Después de un crujido crudo y seco, la catrina sin ver nada, sintió un poco más viento del que hacía, fue entonces cuando se dio cuenta que había sido lanzada al aire por algo desconocido, después, el impacto con el suelo la hizo perder la conciencia.
Para cuando volvió en sí, Oruch estaba con ella gruñendo a la multitud que los rodeaba y que curiosa quería conocer el estado de la catrina, tambaleándose y sin conocer lo sucedido se levantó como pudo y regresó a su casa con la ayuda del perro.
Cuando salían de entre la multitud la catrina escuchó como la gente decía cómo un auto había sido el responsable del accidente. Durante el camino Trina reflexiono sobre el medio de transporte favorito de los colimenses y para cuando estaba en su cama antes de dormir, deseó con todas sus fuerzas que los automóviles desaparecieran.

Al día siguiente La Catrina Trina, lo primero que hizo al despertar fue asomarse por su balcón, miró a la izquierda, miró a la derecha y las calles estaban desiertas. Trina sintió un gran alivio, sus ojos huecos apuntaron un momento hacía el cielo, suspiró y volvió a seguir descansando.
Lo que Trina no sabía es que esa mañana fue 22 de septiembre “Día Mundial sin autos”, para el siguiente día Colima volvería a ser la misma ciudad de las palmeras, aceras arboladas, tibiadas por un sol naranja en agonía y calles diminutas colmadas de carros, de dirigentes ampliando calles y avenidas para darle más espacio a la holgazanería e inconsciencia ecológica de sus habitantes. 

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