miércoles, 29 de septiembre de 2010

Era de noche y La Catrina Trina no había tenido un buen día. Había caminado por horas buscando, por las ventanas de las casas, en los colores luminosos de las ropas, en los pantalones ajustados, en los cabellos ondeando sobre el rostro, en las voces melosas buscaba, no sabía qué, no sabía a dónde. Un olor sutil le decía que siguiera, que caminara, sin referencia y casi inanimada. Llegó a pensar que el olor provenía de algo atorado en su nariz, con uno de sus dedos intentó encontrar dicha cosa que nunca apareció. Es así como no le quedó más remedio que caminar y seguir buscando hasta que terminó aquí, sentada sobre las escaleras de entrada de un “Kiosko”, en cuál, ella no sabía, “existen tantos y tan iguales que no se sabe en cuál estas” decía Trina siempre confundida. Exhausta dejaba que los minutos, como pequeñas olas de mar que apenas rozan los pies, pasaran sin mayor importancia; “una sólo parece ninguno, pero con tanta exactitud y tenacidad, que cuando menos te das cuenta ya se han llevado todo” había escuchado de un amigo hace mucho tiempo en una singular analogía entre los minutos y las olas de mar.
Y cuando las cosas parecen más aburridas e imperturbables, una poderosa camioneta con cierta velocidad se paró en seco sobre uno de los cajones para personas con capacidades diferentes, La Catrina Trina sintió curiosidad por lo que estaba a punto de bajar de la camioneta. Piernas de una piel lisa con proporción casi divina, no podían ser las piernas de un paralítico, pensó la catrina, tras las piernas pareció bajarse el resto de una flor, una flor que caminó hasta dentro del establecimiento y sus hermosos pétalos iban desgajándose y cayendo dentro de las cuencas oculares de la catrina, inundando sus fosas nasales con el olor de una cascada colmada de sirenas de cabello oscuro. Inmersa en el fondo de dicha cascada, Trina no volvió en sí hasta ver que aquella flor de pétalos bondadosos, subía de nuevo a la camioneta manejada por un tipo matón que escuchaba a Jenny Rivera. Fue entonces cuando Catrina recordó estar buscando algo, pero esta vez lo hizo con alivio, pues lentas y pesadas, llegaba a su mente palabras en las cual descansar:

Mi amor joven todo lo puede, mi amor grande es como el cielo; oscuro y claro, inmenso y noble porque de bajo de él todo crece, florece y pudre. Mi amor marino a todos lados va, conoce mil mares y regresa. No hace falta que salga de casa media hora para enamorarse, no hace falta que pasen 10 minutos después del sexo y que regrese, vació y decepcionado, intruso, ajeno a mí, esclavo de un sólo pasado y de un muerto presente.
Mi amor en vano, que incomoda, mi amor punzante que no quiere sentirse, mi amor el que tomo entre los puños y con todas mis fuerzas cierro los ojos y me tiene en la cima de la torre Eiffel, listo para que lo suelte y deje caerse a un Paris en guerra, ardiente; en el que amanece y no hay perfume de besos, no hay perfume de sexo, no hay perfume, no hay perfume.
Mi amor al que atado de pies y manos por kilómetros y kilómetros de meses, no le queda más que su ridícula voz, repugnante y necia ya con la que silba con aire entre cortado una canción de noche, entre calles arboladas y hojas que caen y juegan a jugar en tu cabello, y juegan a vivir de recuerdos; dentro de un carro de vidrios empañados y en nuestros cuerpos nuestras manos.
Mi amor, mi amor, mi amor…

                                                                    Néstor Fernando Cruz Rincón

domingo, 26 de septiembre de 2010

Dulce despertar


“me voy a trabajar, nos vemos después” decía la voz de su madre detrás de la puerta antes de que La Catrina Trina asintiera con un gemido sonámbulesco, sin abrir los ojos y estando aun con las sábanas hasta la cabeza. No le preocupó la hora que pudiera ser y decidió no levantarse todavía, intentó poco a poco volver a sumergirse en el sueño quieto y pesado que le acompañaba durante toda la noche (o día) que había estado durmiendo.
Tiempo después, lo suficiente como para que una mente fatigada vuelva a esa tierra de descanso, otro ruido mucho menos afable comenzó a molestarle de nuevo, el ventilador del cuarto chillaba y chillaba pareciendo estar empeñado en terminar con su paciencia. Trina creyó que las ganas de molestar del aparato serían menos que sus ganas de dormir y pronto terminaría ese fastidioso sonido, para su sorpresa no sucedió así, a cada momento el ventilador parecía girar más rápido y sus chillidos tomaban más agudeza y volumen, en un acto de orgullo, la catrina se dijo a sí misma que un ventilador a medio funcionar no iba a vencerle, así que colocándose boca abajo usó la almohada para presionar sus oídos con la mayor fuerza posible.  Su sueño se iba por la ventana, por debajo de la puerta y por donde quiera que pudiese, y el juego no parecía terminar nunca. 
Como signo de desesperación más que otra cosa, Trina tensaba los dientes, la almohada en sus oídos, sus escuetos brazos, cada uno de sus músculos utilizaba su fuerza para desde la cama, hacer estallar ese ventilador del cual notó las mismas intenciones para con ella, conforme la catrina tensaba más el cuerpo, los chillido y giros del ventilador se hacían con más fuerza, es así como entraron en una batalla a muerte en la que perdería el primero en estallar. Habrá que decir que en algún momento Trina pensó en desistir, su cuerpo comenzaba a flaquear y con el último de los respiros su oponente en medio de un trueno dejó escuchar su rendición. Sorprendida de lo que había logrado, por primera vez en el día Trina salió de la cama disparada con el corazón golpeando y abollando su caja torácica, intentó mirar alrededor pero no entendía lo que pasaba, una oscuridad interminable no le dejaba ni siquiera mirar sus descarnadas manos, claro que ahí las tenia, las podía tocar, pero no veía nada, a tientas y tropezando con una infinidad de cosas que ahora ya no sabía lo que eran, salió del cuarto, se arrastraba, caía, se levantaba buscando una luz que le dijera a dónde ir, mas lo que llegaba a sus ojos no eran imágenes del entorno, sino otras: fueron apareciendo de a poco su páncreas fatigado y enfermo, el exceso de glucosita en el torrente, jeringas atiborradas de insulina y se dio cuenta de todo; en este país la diabetes es la mayor causa de ceguera y al parecer La Catrina Trina comenzaba a formar parte de esa estadística. Se quedó tirada, inerte a un lado de la puerta de entrada, pasaron horas y la euforia fue difuminándose, fue aceptando el hecho y la tranquilidad se hizo de ella hasta que volvió a dormir sin darse cuenta.
“me voy a trabajar, nos vemos después”, creyó haber escuchado eso antes, súbitamente se levantó, busco desesperadamente con la vista y el ventilador aún estaba ahí. 

miércoles, 22 de septiembre de 2010

El paseo de Trina


La catrina Trina, recientemente mudada a la ciudad de las palmeras, se hallaba fastidiada por no moverse gran cosa, pues parecía que su trabajo ya lo estaban haciendo unos cuantos irreflexivos mortales, que gustan de salir a las calles y a punta de pistola, adelantársele a la Catrina en el aventurado oficio de la muerte. Fastidiada entonces, fue a buscar sus ropas más preciadas porque estaba decidida a dar un paseo por la ciudad. Vestía un saco corto y desabotonado de color oscuro sobrepuesto a una camisa que en algún tiempo fue blanca, sus parcas piernas las cubría una falda larga y ancha igualmente oscura que el saco y que no dejaba ver sus pies, para coronar tan peculiar atuendo en estos tiempos, en su cabeza llevaba un sombrero “vueltiao” que ella misma trajo desde las costas colombianas.
Caminando con sonoros pasos, sobre la acera de calles arboladas y tibiadas por un sol naranja de una tarde en su agonía, La Catrina Trina observaba desde sus ojos huecos el concierto de caos que se hace escuchar todos los días entre 19:00 y 21:00 a los habitantes de este lugar. Un poco molesta por no hallar la tranquilidad que deseaba en su paseo, trató de ya no prestar atención a las interminables luces y sonidos de los autos azules, negros, blancos, rojos, amarillos, rosas y rosas con amarillo que desfilaban sin parar en cada calle por la que la catrina transitaba, aunque antes de desviar su mente a otros asuntos, quiso pensar por última vez qué tan curiosas son las cosas que lleva la gente en sus autos.

Una noche dulce y cálida, no podía desaprovecharse para andar por ahí y ponerse al corriente sobre el acontecer de esta ciudad, pensó la catrina. En su trayecto, que no fue corto; salió a la altura del tecnológico de Colima y sobre la avenida con ese mismo nombre, caminó hacía el oriente hasta llegar a la calle  I. Sandoval y ahí bajó para el centro de Colima. Debemos decir que el hacerse de un compañero, lo cual era su intención, para ella no fue fácil, con la inseguridad como ley mandante de estas tierras ya no es razonable confiar en alguien desconocido. Los detalles de esa travesía no son dignos de omitirse, pero en esta ocasión así lo haremos, pues el hablarlos haría de este relato un texto más extenso y tedioso de lo que ya es, y nos centraremos en lo que en realidad es el objeto de esta narración.
Poco antes de llegar al centro de esta ciudad, en la calle Aldama, la catrina se topó con uno de los pocos seres que le tendieron un gesto amistoso al verla, un perro blanco french poodle llamado “oruch” la hacía tropezar cuando caminaba pues este embestía sus pasos intentando llamar su atención, a Trina eso no le molestó y le hizo señas a su nuevo amigo para que la siguiera.

En un andar sin conversación La Catrina Trina y Oruch siguieron el camino que los llevó hasta el andador constitución y el jardín Libertad, ahí, Oruch se entretuvo oliendo a un señor sin piernas postrado sobre la acera, y la catrina, sin pretenderlo, recordó que hace mucho pero mucho tiempo ya había estado aquí, en algún trabajo ocasional encargado por uno de sus jefes. La mente se le fue poblando de recuerdos y en poco tiempo ya eran tantos que parecía que estuvo aquí más tiempo del que ella creyó. Su mirada hueca se clavó en el jardín, vio las hojas tiradas de los árboles sobre los corredores y de pronto se abrió un espacio entre la percepción de sus ojos y lo que realmente estaba delante de ellos; los días transcurridos durante el tiempo en que ella no estuvo aquí comenzaron a girar sobre su cabeza, cada una de las hojas caídas en el tiempo de ausencia aparecieron en el aire, cayendo otra vez, haciendo valer en sonido no sólo su peso, sino el de todo el árbol. Totalmente turbada, Trina intentó buscar un apoyo en el cual recargarse y no caer al suelo, pues veía solo a través  del pasado, su vista había caído en un anacronismo del cual no se sabía su final. Con los brazos por delante para tantear donde iba, buscaba como dije, un apoyo, sin conocer su camino ella seguía, los ladridos de Oruch intentaron prevenirla de su futuro que ya era inminente.
Después de un crujido crudo y seco, la catrina sin ver nada, sintió un poco más viento del que hacía, fue entonces cuando se dio cuenta que había sido lanzada al aire por algo desconocido, después, el impacto con el suelo la hizo perder la conciencia.
Para cuando volvió en sí, Oruch estaba con ella gruñendo a la multitud que los rodeaba y que curiosa quería conocer el estado de la catrina, tambaleándose y sin conocer lo sucedido se levantó como pudo y regresó a su casa con la ayuda del perro.
Cuando salían de entre la multitud la catrina escuchó como la gente decía cómo un auto había sido el responsable del accidente. Durante el camino Trina reflexiono sobre el medio de transporte favorito de los colimenses y para cuando estaba en su cama antes de dormir, deseó con todas sus fuerzas que los automóviles desaparecieran.

Al día siguiente La Catrina Trina, lo primero que hizo al despertar fue asomarse por su balcón, miró a la izquierda, miró a la derecha y las calles estaban desiertas. Trina sintió un gran alivio, sus ojos huecos apuntaron un momento hacía el cielo, suspiró y volvió a seguir descansando.
Lo que Trina no sabía es que esa mañana fue 22 de septiembre “Día Mundial sin autos”, para el siguiente día Colima volvería a ser la misma ciudad de las palmeras, aceras arboladas, tibiadas por un sol naranja en agonía y calles diminutas colmadas de carros, de dirigentes ampliando calles y avenidas para darle más espacio a la holgazanería e inconsciencia ecológica de sus habitantes.