lunes, 10 de septiembre de 2012

Los Santos de Sebastián

Apenas iniciando el segundo cuarto del siglo anterior, La Catrina Trina aun prestaba sus servicios a ése el tan oscuro oficio de la muerte, se paseaba por los terrenos de la Hacienda La Capacha, al norte de la ciudad de Colima. Era un día como todos, los mozos andaban en los potreros dedicándose a la siembra y las señoras en casa haciendo nixtamal y los almuerzos. Trina sabía perfectamente el momento y el lugar de la cita, así que se sentó en una piedra a un lado de la calle para hacer tiempo. En aquellas épocas tan peligrosas, donde cristeros y callistas peleaban a muerte, dedicarse al oficio de la muerte no necesitaba de tales instrucciones, podías reposar a la sombra de una parota y al poco rato, solita te llegaba la chamba. Dicho y hecho, a la media hora llegaron un grupo de soldados e irrumpieron en la tienda del pueblo, desde afuera en donde se encontraba la Catrina, se escuchaban forcejeos y algunos gritos, casi de inmediato los soldados sacaron a empujones a un muchacho llamado Sebastián, al que quién sabe porque sus amigos le decían Santos. Con una soga amarrada al cuello algo le iban preguntando, mas la Catrina no alcanzó a escuchar qué cosa, lo que fuera, el muchacho nada más movía la cabeza diciendo que no. Siendo un pueblo tan pequeño, los vecinos rápidamente se percataron del mitote y salieron a observar lo sucedido. No es que a los hombres verde olivo les asustara la multitud, creo que a pesar de todo, seguían teniendo algo de pudor, así que tomaron a Sebastián, o Santos para los amigos, y pasaron la cuerda sobre una rama alta en el patio de la tienda, la gente se amontonó sobre la puerta y ahí Trina aprovechó para escurrirse al interior del patio. Pudo ver cómo los soldados jalaban la cuerda sin lástima, quedando el pobre muchacho colgado. Trabajo fácil, pensó La Catrina Trina. Él luchaba con las manos para descolgarse, pero pronto ya no pudo y cuando se comenzaba a poner morado, los soldados lo bajaron dejándolo ahí tirado entre la tierra y el zacate. Los chivos del corral observando con los ojos pelones nomás atinaban a berrear despavoridos. Al poco rato Sebastián, o Santos para los amigos, comenzó a moverse y se estaba reponiendo cuando lo subieron otra vez, preguntándole que “dónde chingados están los cristeros, y quiénes los ayudaban”. Ni una palabra le pudieron sacar, y era lógico, pues pobre Santos no podía ni respirar. Desesperado por no obtener respuesta, el comandante jaló la soga con vehemencia dejándolo inconsciente. Trina pensó que tal vez era momento para actuar, cierto era que el muchacho moriría en ese momento, pero no había el por qué de tanto martirio, la pena y los lloriqueos de los vecinos en la puerta empezaban a inquietarla.
Otra vez tirado el muchacho sobre la tierra y el zacate, los soldados fumaban haciendo bromas y platicando como cualquier día de rutina. Así es que Trina decidió entrar en acción, aprovechando la aparente calma para llevarse a Sebastián, o Santos para los amigos. Caminando imperceptible entre los sonrientes combatientes, llegó hasta el muchacho, se agachó y antes de que pudiera tocarle la pierna, de pronto éste se sentó con la cara desencajada y de un brinco se puso de pie, pegando carrera para el corral de ordeña y escondiéndose en una huerta de mangos, aguacates y palmeras, los soldados junto con la Catrina lo persiguieron de inmediato, lo buscaron por horas y horas, pero ya no supieron de él nunca más. Trina creyó que todo quedaría ahí, como una anécdota de un trabajo fallido y que no sabría nada más, eso creyó hasta hoy, que en el mercado Obregón en el centro de la ciudad, mientras desayunaba menudo escuchó a una señora llamada Doña Carmen, que contaba exactamente el mismo relato, validando su historia con el hecho de haber estado presente ese día al ser vecina del muchacho, y sería así, como aproximadamente tres cuartos de siglo después, la Catrina supo que Sebastián, o Santos para los amigos, huyó del pueblo y se unió a la causa cristera, sobreviviendo y muriendo de viejo y de cansancio. Néstor Calavera

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