Y
aquel amanecer ardiente e implacable, implacable como le fue toda la vida, al
pie de una palmera Miguel Ángel Posadas iba a morir. Morir no era lo
importante, si no el cómo; las cientos de historias que escuchó a palabras de
su abuelo sobre bandoleros y rebeldes insurgentes, le habían dado una clara
visión de su muerte, ésta habría de ser honrosa, digna de convertirse en
corrido popular y ser entonada en cada una de las enramadas de la playa Cuyutlán,
en Armería, Colima. Entre el vulgo, Miguel Ángel Posadas era lo que se conoce
como un artista, y aunque su nombre y su apellido nos engañen remitiéndonos a
las artes plásticas, él se dedicaba a la música, era músico y poeta, poeta de
verso lírico.
Se
ganaba los días a orillas del mar, a la pata raiz y con los dedos hundidos en la negra arena, evocando el dolor
y las pasiones más hondas del bohemio, a través de las canciones de José
Alfredo Jiménez, Agustín Lara, Antonio Aguilar y demás íconos del folklor
mexicano.
Así
se conocieron, La Catrina Trina despilfarraba un dinero ganado en la rifa anual
de su colonia, y después de zamparse una
orden de deliciosos camarones al mojo de ajo, le solicitó a Don Tiburón, dueño
de la enramada, le arrimase por favor hielo, vaso, tequila y agua de Jamaica,
pues a ella nunca le ha gustado tomarse los jaiboles con refresco, como lo
hacen hoy en día.
Al
cabo de un rato, La Catrina ya se hallaba lo suficientemente cuete como para
echar al vuelo el canto, así que no dudo en llamarlos cuando pasaron los “5
Potros”; grupo al que pertenecía Miguel Ángel y que en realidad era un
cuarteto, pues Don Urbano el trompetista falleció trágicamente años atrás.
“Se
lo tragó el mar; unos gringos nos llevaron mar adentro en un yate, que porque
estaban organizando una “musical orgy” y querían que amenizáramos, yo
no sabía lo que era su chingadera esa, hasta que vi que se encueraban y paseaban como sin nada por todos lados, total que mi compadre Urbano andaba
de pitoloco baile y baile con una gûerota,
cuando de golpe, encallamos sabe dios con qué fregadera y los dos cayeron para ya no salir. No sabemos si algo se los tragó, si desaparecieron por
arte de magia, o si ya se sentían tan enculados que se quisieron pelar juntos,
nunca se encontraron los cuerpos. Pobrecita de mi comadre, se quedó bien triste
con un muchachito en brazos, y el cabrón de urbano poniéndole los cuernos, no
tiene madre, para mí que fue el diablo quien se los llevó por lujuriosos”. Contó
Miguel Ángel a La Catrina a cerca de la muerte de su compadre.
La
tarde estaba por morir y el sol en su agonía, dibujaba un pasillo de luz sobre
el agua tremulosa del pacífico. Trina se sintió tentada en más de una ocasión
en andar por aquella alfombra lumínica, abrazarse del sol y sumergirse con él,
extinguiendo la lumbre que llevaba en las entrañas; sí, La Catrina sufría de
amor. Los 5 Potros, que en realidad eran 4, decidieron terminar su jornada
laboral al ser la enramada de Don tiburón, alcanzada por el ocaso, disponiéndose
a comenzar una noche de parranda con su nueva amiga. Pronto, el dueño se acercó
con exquisitas viandas que en nada envidiaban a las del más ostentoso de los
reinos marinos, lo invitaron a acompañarlos, esperando también, que las viandas
corrieran por cuenta de la casa. Fue inevitable entonces la llegada de pláticas
escandalosas y a carcajadas, el flujo riguroso de las botellas, el sonar del
tololoche, uno que otro lloriqueo, además de otras cosas innombrables que
suceden en borracheras tupidas de testosterona.
Ya
entrada la media noche Don Tiburón se arrumbó en el suelo húmedo y frio de la
cocina, sus ronquidos hacían notar que a él nada de eso le importaba y dormía como
en la tumba, en la mesa, los únicos animados, Miguel Ángel Posadas y La Catrina
Trina, jugaban póquer mientras los otros 3, aburridos de perder y acosados por
el sueño se disponían a marcharse.
-uuy
pero que ceviches, van a pensar que los de Cuyutlán somos bien rajones- los
despidió gritando Miguel Ángel- no les vaya a pegar su señora, ¡Mandilones!
-
y tú, ¿también te vas a ir?
-nada
de eso mi Catrina, ahorita te voy a llevar a un lugar que está de lujo, y de
paso, te presento a mi novia- y con otro grito para despedirse- ahí le dejamos
el changarro Don tiburón, estese abuzado
no me lo vayan a madrugar. Ahorita la vas a conocer Trina, está hermosa y nos
queremos tanto.
Al
salir al pequeño malecón ya desolado a esas horas de la noche, Miguel Ángel se
dirigió a una jardinera y de entre las ramas sacó unas botas blancas, calzándoselas
en los pies enterregados sin mediar calcetín. Cabe decir que éstas hacían
perfecto juego con su cinturón, así como el pantalón de color negro y la tejana
que con orgullo portaba en la cabeza. Se apearon por las calles empolvadas, La
Catrina seguía sólo unos pasos atrás a su compañero descamisado, que andaba
mientras hablaba emocionado sobre la vida de un artista, articulando con las
manos cuanto concepto le venía a la mente. La luna se dejaba caer impúdica
hacia él y la piel le brillaba como la arena negra de la playa, a Trina le
pareció algo hermoso. Con botella en mano caminaron unas cuadras más, y al
alcance de la vista quedó un tugurio mal iluminado de nombre “La Sirena alegre”;
el rótulo de una sirena recostada con enormes senos era la mejor recepción
después de dicho nombre.
Por
dentro, el lugar figuraba ser una caja enorme donde se guardaba aire denso y
poco diáfano, turbio a causa del humo de los puros, humedecido por el sudor y
los fluidos de cuerpos lascivos, rosándose, deseando. Se sentaron en una mesa
del centro, siendo entre semana poca era la concurrencia, así las muchachas que
salían a bailar en el raquítico escenario les quedaban de frente, la banda
quedó a su izquierda, arrejolada en
la esquina.
-Cerveza,
cerveza para los dos hija- pidió Miguel Ángel antes de que la mesera que se
acercaba dijera algo- al ratito va a salir mi nenorra, es una chulada vas a ver- y soltó una carcajada- mira
nomás quien viene ahí
-aay
mi Potro, nos tenias muy abandonados- dijo una suripanta de las que frecuentan
el lugar en busca de clientes ebrios y dóciles
-uno
tiene sus asuntos chiquita, ya sabes cómo soy
-nada
ps qué, lo que pasa es que nos quieres dejar por aquella que ni caso te hace
-pos
la verdad sí, yo a Martha la quiero un chingo
-ay
cálmate, mira, te voy a dar algo para que te olvides un ratito de eso- decía la
suripanta a la par que se daba media vuelta dándole la espalda a Miguel y
sentándose sobre él, generando que la Catrina pelara los ojos de asombro, pues
le resultó hasta grotesca la escena del muy robusto cuerpo de la mujer, que se
contoneaba rápidamente de un lado para otro, de arriba abajo, de adelante para atrás,
el parco cuerpo del hombre parecía perderse entre aquel océano desbordado de
carne y lujuria.
-jajaja
¿ya viste Trina? No por nada a ésta le dicen la Terremoto- y como si eso
hubiese animado a la mujer, volvió a dar media vuelta quedando ahora de frente,
haciendo los mismos contoneos, pero ahora, él fue sumergido en su totalidad,
pues la terremoto inclinó su pecho atrapando entre sus senos el bien tupido
bigote del hombre.
Después
de una alegata sobre si a Miguel le
había gustado o no la llamada machaca de
la Terremoto, él se negó rotundamente y a ella no le quedo de otra si no
dejarlos.
No
tardó en aparecer Martha, Manceba joven, ojos grandotes y cabello largo que le
caía sobre los hombros desnudos.
-a
poco no te dije que está bien chula
-sí,
n como negarlo- asintió Trina
-mira
nomás esas piernotas que se carga, ay dios mío, te quiero mi potranquita- le
gritaba Miguel a su potranca, pero la equina no prestaba atención a las
lisonjas de su potro, su baile parecía dirigido a lo que asemejaba más bien a
un toro, señor imponente de la mesa de al lado, con una enorme barriga y brazos
anchos, de piedra, curtido por casí 60 años (casi los mismos años que
Miguel) de trabajo en el campo. Martha
sonreía, daba una vuelta, guiñaba el ojo, todo al toro ése.
-pues
qué le pasa a esta ingrata, qué no ve que yo estoy aquí- refunfuñaba el Potro
La
rutina terminó y para colmo de Miguel Ángel, Martha fue a la mesa de al lado y
no a saludarlo a él, pero no conforme con eso, sentó sus caderas en el regazo
de su acompañante.
-y
luego ésta qué cree, ¿que estoy pintado?
-¿pues
no es éste su trabajo?- preguntó La Catrina
-Ni
madres, yo estoy aquí y no tiene porque ir con ningún otro marrano, para eso la
voy a mantener y le voy a poner su casa- Miguel comenzaban a encolerizarse y en
la oscuridad de su piel se notaba tenuemente enrojecido
-habrías
de tomarte un tequilita para tranquilizarte, hasta colorado te pusiste- dijo
Trina con sabiduría
-ya
estuvo maistro, pérame tantito- dijo el Potro levantándose de un reparo de su
silla, se puso al lado de la pareja y espetó- quién es usted para traer a mi
mujer en las piernas
-Fidel
Padilla, ¿tiene usted algún problema?
-cómo
no lo voy a tener, si Martha va a convertirse en mi esposa y no puedo permitir
que le ponga sus puercotas manos encima
-ya
estoy hasta la madre- relinchó la Potranca- no veo cuándo vas a dejar de hacer
estos teatros y entender que yo no te quiero, ¡estás loco!
-loco
voy a estar si me niegas, siempre te he querido y por ésta- haciendo la señal
de la cruz- que nos vamos a casar mi chula, para eso ya te ando haciendo tu
casa
-¡me
asustas, déjame en paz!
-cuál
chingada ni que nada, tú te vienes conmigo- dijo Miguel jaloneando del brazo a
Martha que desesperada pedía ayuda. Entre los empellones el Toro se levantó y
quién sabe de dónde sacó un machete.
-ya
te cargó la chingada cabrón- y Miguel recibió dos machetazos, uno en medio del
cuello y el hombro, el otro al costado izquierdo del torso- a ver si así sigues
de enfadoso, ¡perro!- se escucharon gritos, la banda dejó de sonar, muchos
salieron corriendo y otros simplemente se arrinconaron un poco más sin prestar
demasiada atención.
-esto
no se va a quedar así cabrón, tú me las vas a pagar pinche viejo puerco- gritó
Miguel Ángel mientras Martha lo miraba terriblemente asustada, con lagrimas en
los ojos, pues aunque no conociese a ese hombre, sólo a través de los numerosos
acosos que éste le propinaba, la violencia súbita y descarnizada siempre es lastimera
para algunos. Como en este caso también lo era para Trina, que con los huesos
temblando levantó del suelo a su compañero de juerga y lo sacó de “la Sirena
alegre”
Caminaron
despavoridos por las mismas calles empolvadas, bajo la misma luna cayendo sobre
la piel hermosa y mancillada del Potro, dejando un caudaloso arroyo de sangre
desde el tugurio hasta la playa.
Y
aquel amanecer ardiente e implacable, implacable como le fue toda la vida, al
pie de una palmera Miguel Ángel Posadas iba a morir.
-sabes
pinche Trina, siempre he pensado que la muerte es la incertidumbre más certera
que guarda un hombre; desde el momento en el que naces, sabes que algún día la
última de las parcas va a venir por uno, pero lo que no sabes es cuándo, ni
cómo. Yo siempre imaginando cómo sería y ve nomás, voy acabar macheteado por un
pinche puerco que se quiere quedar con mi vieja, bonita chingadera, pero bueno,
a ti que te va importar esto, si tú eres tú. Ni modo mi Catrina, ya no hay más
relinchos para este potro ¡ua ua ua!.
Terminó
Miguel Ángel Posadas recargándose en la palma, cubriendo su rostro con la
tejana que orgulloso llevaba en la cabeza, la sangre iba dejando de emanar y
pronto sus brazos se dejaron caer inanimados.