martes, 26 de julio de 2011

El Tigre

Era una de esas pocas tardes oscuras, densas y borrascosas en el valle colimense, cuando La Canela, pintoresca habitante del este de Villa de Álvarez, pesada, jadeante, se arrinconaba al fondo de la sucia herrería de Don Gabo el Manco, resguardando su tremuloso cuerpo y esperando, esperando algo que no sabía, pero el cansancio de sus piernas y la sensación de que el estómago le reventaría no le dejaban más que echarse a esperar lo inevitable.
Al poco rato supo que aquello con lo que cargaba hacía meses no eran las piedras que a veces se traga, tampoco eran rencores encarnados, no eran sino sus hijos, ocho hermosos cachorros lamidos y adorados por su madre desde el instante en el que ésta los vio nacer de sus entrañas.
Fue pasando el tiempo y los hermanos que se chupaban a su abnegada madre, crecían fuertes y bellos, entre juegos y mordidas, hasta que poco a poco se fueron regando por el mundo. Don Gabo, manco pero no menso ni manso, supo hacer negocio con aquellos cachorros imparables. Afamándolos de tiernos, nobles y obedientes, aquel viejo herrero fue cambiándolos por dinero hasta quedar sólo uno, un esplendoroso perro de ojos tristes y levemente atigrado.


Un día, a dos meses de nacido y cuando La Canela ya sin la obligación maternal salía de paseo, Don Gabo, se paró frente al último cachorro restante y mirándolo a los profundos ojos tristes le dijo:
-tú me gustas para que te quedes, te pareces a mí, ¿y sabes qué? Te vas a llamar “El Tigre”- desde ese momento el animal quedaría marcado para toda su vida por aquellas palabras que no entendía –así es, vas a ser “El Tigre”, el perro más cabrón de todo este barrio.

***

El típico rechinar del cuero con que son hechos los guaraches de araña, alertó a un triste perro que descansaba en el pórtico de una casa ajena. Dicho animal, con el ímpetu que le permite el llevar a cuestas una pila de años perrunos, dejó su letargo para irrumpir en el zigzagueante andar de los arácnidos guaraches.
El tripulante del tradicional calzado colimense paró en seco al descubrir frente a sí, entre las sombras, una silueta en cuatro patas que respiraba sonora y parsimoniosamente.
Cauteloso, el animal se acercaba permitiendo que la luna revelase su rostro, hasta que se hallaron el uno frente al otro en una mutua y silenciosa observación.
-yo soy La Catrina Trina, hija del tiempo hijo de la eternidad
-yo soy El Tigre, hijo de la calle y el perro más cabrón de todo este barrio- contestó el animal entre pausas para respirar
-¿estás enfermo?
-estoy viejo- decía mientras un hilito de saliva se desprendía de su hocico
-¿viejo? He visto como los años se repiten una y otra vez y créeme, tú no lo pareces tanto
-sé quién eres, sé que los siglos no mancillan el esqueleto que te irgue , pero el tiempo que he vivido yo ha sido suficiente para hacer de esta carne que me cuelga, una carga más que una fuerza- hablaba el animal mientras el hilo de saliva seguía alargándose- me pasé la vida intentando ser el guardián que estas calles necesitan; ladraba a los desconocidos, peleaba con los intrusos y el barrio me lo agradecía, ahora, toda esa gente que me respetaba ya no está, vivo incógnitamente entre el desprecio de los vecinos
-curso natural de la vida- decía la catrina
-lo natural sería morir ya


-no desesperes, cada quién tiene su hora
-¿y la mía no habrá pasado ya?- cuestionaba el tigre con angustia- tal vez algún descuido me ha hecho seguir cargando conmigo mismo
-¡imposible! El oficio de la muerte no es algo que se descuide o se tome a la ligera, segura estoy de que hay alguien designado a venir por ti en el último de tus días
-¡ayúdame Catrina Trina! Ayúdame a llegar al mundo que he esperado conocer desde que el olvido se hizo de mí; la gente aquí cree que soy molesto, me desprecian, me es difícil conseguir alimento, ya no sirvo para defender estas calles, los perros vecinos vienen y obran a su antojo y yo ya no pueda más que mirar y lamentarme
-lo siento, pero no es mi designio
-¿eres la muerte y no puedes mandar al otro mundo a un perro desgraciado y miserable?
-no juegues conmigo, desde hace tiempo que no ejerzo, ahora después de siglos, descanso y disfruto de andar entre los vivos
-¿y quién hace tu trabajo?
-existen miles de seres como yo, encargados de ultimar a quien le toque, yo soy sólo uno entre muchos
-¡mátame!- suplicaba el orgulloso y pobre perro mientras el hilito de saliva casi llegaba al suelo
-no puedo, siento pena por ti pero ahora tengo una forma física y si alguien me viese haciéndolo, estaría perdida
-míranos, es de madrugada y la ciudad esta desierta
Pensativa la catrina contestó:
-vamos a dejarlo a la suerte, ¿tienes una moneda?
-no, soy un perro
-bueno, entonces así lo haremos: nos sentaremos aquí, y si antes del amanecer este árbol pierde en número, más hojas que años en tu haber, será como tú lo deseas

***

Una mujer le decía a su hombre:
-levántate Fernando, tienes que hablar al ayuntamiento, ¿te acuerdas del perro mugroso que se echa aquí afuera en las noches? Amaneció muerto y tienes que llamar para que vengan por él antes de que comience la pestilencia

Néstor Calavera