martes, 11 de enero de 2011

Una muerte inesperada

La espesura de mal sabor en su boca, árida y sufriente de los efectos de una nutrida juerga la noche anterior, despertó súbita a La Catrina Trina y en el acto, a tumbos y de tambaleante caminar se dirigió a la cocina buscando un vaso con agua. Del refrigerador casi vacio sacó una jarra de gran tamaño y bebió directamente, al instante el agua, heladísima por cierto, inundaba las fauces de trina llevándose el pastoso sabor acre que tanto le disgusta en las resacas. Poco a poco también, la normalidad volvía a sus férvidos sentidos, sobre todo en la vista, donde cúmulos de una deslumbrante claridad entraban por sus redondos ojos huecos, como hasta tupirlos de blanca nieve que la dejaba ciega.
Más recuperada de la somnolencia y con su mente volviendo en sí, la catrina se paró frente al fregadero, sintió su boca limpia y aliviada, intentó recordar como llegó a casa durante la noche, – caminé – dijo para sus adentros y a su cabeza vino en imagen ella misma, mentándole la madre a una patrulla de la policía municipal y echándose a correr, a correr como una loca en medio de la calle empedrada bajo la oscura y briaga madrugada. Un sonoro - ¡Hah! – fue lo único que se le ocurrió después de recordar aquella escena.
Estaba por girar el grifo del agua para refrescar sus manos y su cara cuando algo la detuvo, su atención fue atraída por un pequeño punto veloz y diminuto que se movía asistemáticamente dentro de la tarja, hacía círculos, después líneas diagonales, verticales, horizontales y cuantos movimientos existan, todos a una velocidad excepcional con respecto a su pequeño tamaño, pero más allá de su rapidez, a la catrina también le pareció curioso como este ocni (objeto caminador no identificado) se detenía cada tantos centímetros, esperaba unos instantes y retomaba su andar. Trina acercó sus ojos para poder descifrar el misterio de aquel objeto y de pronto, sin saber cuándo ni cómo, ya eran dos pequeños puntos negros los que paseaban velozmente por su fregadero. Usando su cerebro ya despierto, puso su huesuda mano en medio de la pista de aquellos corredores y esperó a que chocaran contra ella. Después de algunos segundos el plan tuvo éxito, el primero de los puntos subió cautelosamente por el dedo meñique de La catrina Trina, un gracioso cosquilleo se hizo sentir y ella creyó reconocer que era el movimiento de minúsculas patitas. Al verse solo, el segundo punto también decidió subir a la mano y éste lo hizo por el dedo índice. Una vez teniéndolos a los dos y levantando el brazo, la catrina pudo ver de cerca aquellos inquietos seres.
Observarlos resultaba difícil, pues el remolino en que se convertía su mano parecía imparable, de tanto en tanto uno de los puntos detenía su estrepitoso andar para tomar aire, para ubicarse, buscar algo o sabe para qué, pero cuando lo hacía, ese efímero instante convertía al nebuloso espectro en un cuerpo ligeramente alargado y sostenido por seis patas delgadísimas, un par más grande que el otro empezando de delante, a ese extremo le coronaban dos antenas casi tan crecidas como los seres mismos. A través de su mente y pasado, La Catrina Trina recorrió todo el mundo tratando de identificar lo que tenía enfrente; ante sus ojos apareció bajo una lluvia de sol la pirámide de Giza, moradora antigua del desierto fértil; la muralla china serpenteando entre frondosas colinas, como un dragón que siempre mira; y cayendo eternamente y cada día, la torre de pisa, que su agonía no olvida. Pero fue aquí, cuando vio el azul volcán del que se viste al mago de mil fuegos, que a su lengua como una trucha aleteando llegó la palabra que buscaba.
-¡Esquilines! – dijo en voz alta mientras meneaba el dedo índice de la mano izquierda. Se puso contenta, hacia tiempo que no se los topaba y tenerlos en las manos le hizo apreciar la identidad olvidada de esta tierra. Cerró los ojos y temblando con la cabeza al cielo, sintió como por todo su macilento cuerpo rozaban las caricias de las almas que aún sin carne y hueso, habitan este casi desmemoriado pueblo.
Los esquilines, aparentemente siempre ajenos a la presencia de Trina seguían el juego, caminar, parar, buscar, huir. Con sorpresa y aparente recelo, uno de los seres pequeñitos, el segundo, atrapó al primero y aunque no muy claro, la catrina veía como el bandido estrujaba fuertemente el que huía, lo mordía, lo pateaba y maldecía, sorprendida nuestra amiga se limitó a ser sólo una espectadora de aquel evento. Menos de un minuto fue suficiente para que se separaran, el primer esquilín yacía inerte sobre la palma de la catrina, mientras el segundo, daba pasos cortos, miraba hacía abajo, a un lado y al otro, como queriendo abandonar la evidencia de su crimen. Pasmada, La Catrina Trina dejó los dos cuerpos sobre el pretil, uno vivo y otro muerto. – Muerto- pronunció intrigada. Ella conoce a los humanos muertos, conoce a los humanos vivos, vive entre ambos, pero, ¿y un esquilín?, ¿dónde queda un esquilín? Trataba de hallarlo en el suelo, en el aire, en el techo o donde fuera pero en algún lado habría de estar pensaba ella. Se dio cuenta de que no era así, no quedaba más que un cadáver mutilado. Caminó despacio y cabizbaja de regreso a su cama y por primera vez, en su incalculable existencia siendo hermana de la vida y muerte, reflexionó a cerca de lo que para cada uno de nosotros significa “morir”.